La carga invisible: cuando la maternidad pesa más de lo que se ve
Cuando me enteré de que estaba embarazada, después de la emoción, las lágrimas, los abrazos, el festejo y la fiesta… vino el silencio.
Ya en la calma de mi casa, me senté, respiré y observé a mi alrededor. De pronto, cada rincón parecía un riesgo para mi bebé.
Sin darme cuenta, mi mente empezó a llenarse de peligros invisibles. Comencé a hacer listas mentales (y algunas en el celular), con mil cosas por hacer, comprar, limpiar, mover, esterilizar. Todo parecía urgente. Todo parecía importante.
Y yo… me empecé a hundir.
Ni siquiera había llegado al segundo trimestre cuando me di cuenta de que estaba nadando sola en ese mar de angustias. Busqué a mi esposo, dispuesta a nadar juntos, y lo encontré… en una isla. Tranquilo. Relajado. Viéndome como una súper mujer que tenía todo bajo control.
Mientras él pensaba en nombres, yo pensaba en presupuestos.
Mientras él elegía canciones para el playlist de camino al hospital, yo contaba pañales, ajustaba horarios, hacía cuentas, reorganizaba nuestra vida y sentía cómo la ansiedad me apretaba el pecho cada vez más.
Y exploté.
Entre calambres y miedos, entre lágrimas de furia, le grité:
“¡No puedo con todo sola!”.
Él me abrazó. Me escuchó. Y me soltó su lógica aplastante:
—¿Para qué te estresas? Si sale, sale. Y si no, no.
Mi primer impulso fue llorar del coraje.
Pero después, respiré. Y pensé:
¿Qué sabe él de todo esto?
¿De los fantasmas invisibles que viven en mi cabeza?
¿De las expectativas que la sociedad pone sobre mí por ser mujer?
¿De los detalles silenciosos que solo yo veo?
Y entonces entendí algo que me cambió la vida: nunca le expliqué lo que venía.
Ni mis miedos, ni mis planes, ni mis listas interminables.
Yo cargaba con todo, como si fuera solo mío.
Él no tenía experiencia alguna en bebés. Era hijo único, y sus parientes más chicos eran apenas unos años menores que él.
Nada que ver con mi historia.
Yo soy la mayor de cinco. En la casa de la matriarca (hola, abuela), fui de las mayores también. Empecé a cuidar niños desde los diez, a cambiar pañales a los doce, y para los dieciséis salía corriendo de la prepa para recoger a mi hermano en la guardería.
Siempre me gustaron los niños. Siempre preferí pasar mi tiempo con mis primos menores.
Como en buena casa norteña, desde chica se esperaba que fuera la encargada de la casa y la familia… y nunca lo cuestioné.
Yo tenía la experiencia, el conocimiento… y en vez de compartirlo, asumí que él mágicamente sabría, instintivamente, qué hacer. Como yo.
Tuvimos una serie de conversaciones difíciles, especialmente para mí.
Soy testaruda. Orgullosa. Muy independiente.
Necesitaba ayuda, pero qué dolor era pedirla.
Aun así, era necesario.
No iba a ser la mamá de dos. Necesitaba un compañero y un relevo para los momentos difíciles.
Empezamos a desenmarañar poco a poco todos mis miedos.
Noches en vela, en la oscuridad de nuestro cuarto, al resguardo de las sábanas.
Paso a paso, trazamos un plan.
Dividimos tareas en lo que a cada uno se le daba mejor… o en lo que yo podía soltar y dejarlo ser.
Porque, sin darme cuenta, también le estaba robando a él la oportunidad de convertirse en padre desde antes.
Yo me volví madre desde que vi las dos rayitas en esa prueba.
Él necesitaba este proceso para asimilarlo y empezar a ser el padre que quería ser.
El mental load, o carga mental, es el esfuerzo cognitivo y emocional que se necesita para gestionar la vida: lo personal, lo doméstico, lo familiar…
Incluye planificación, organización, coordinación, toma de decisiones, tareas invisibles y de cuidado.
Genera estrés. Agotamiento. Y sobre todo: resentimiento.
Porque suele recaer desproporcionadamente en una sola persona.
Y eso puede ser mortal para una pareja.
Más aún cuando se agregan hijos a la ecuación.
Respira. Reflexiona. Reconoce que estás en un momento de agobio y que necesitas apoyo.
Sé que es difícil. Soltar y dejar que el otro tome responsabilidad (no solo la tarea, sino todo lo que conlleva) puede ser más difícil que hacerlo tú sola.
Pero esa es la cosa:
No estamos solas.
Compartamos esas tareas visibles e invisibles.
Hagamos el esfuerzo de comunicar lo que nos pasa.
Aprendamos a ponernos límites a nosotras mismas.
A decir “no” a cargar con todo.
Hacer conciencia
Compartir tareas y responsabilidades
Comunicar efectivamente
Cuidarnos a nosotras mismas
Son los pasos para salir de ese inmenso mar.
A veces, ser mamá también es aprender a soltar.
Y dejar espacio para que otros amen y cuiden… a su manera.
No dejes que la carga mental te robe la belleza de la maternidad, busca en nuestros recursos nuestra Guía: Aprendiendo a soltar. Una pequeña guía para ayudarte a iniciar la conversación.